A Jambelí se llega así, desde Puerto Bolívar se toma un bote colectivo que navega unos 30 min. en aguas del pacifico a un costo de u$s 2.40 ida y vuelta abierta para cuando uno quiera volver.
Se trata de una pequeña islita del pacífico con 150 habitantes, humilde y sin complejos turísticos ni gran infraestructura, solo un puñado de pobladores que tienen algunos puestos donde ofrecen comidas con frutos de mar y algunas hosterías casi a la vera del mar. Sus playas son de arena fina, el agua que llega a su costa es cálida y transparente aunque con un leve tinte verdoso.
Se trata de una pequeña islita del pacífico con 150 habitantes, humilde y sin complejos turísticos ni gran infraestructura, solo un puñado de pobladores que tienen algunos puestos donde ofrecen comidas con frutos de mar y algunas hosterías casi a la vera del mar. Sus playas son de arena fina, el agua que llega a su costa es cálida y transparente aunque con un leve tinte verdoso.
Las casas de los habitantes son tan bajas que si uno se acuesta en la playa boca arriba puede girar su cabeza de derecha a izquierda obteniendo una visión de casi 180° perfectos de cielo, igual si se hace desde el mar hacia atrás, cielo y mas cielo, pareciera dar la sensación de que uno esta acostado dentro de esas burbujas de paisajes en miniatura. Al llegar al final de una corta calle principal me intercepta Willy, tiene un puesto de jugos batidos y coctails. Las casas y habitaciones son con vista al mar, a 20 mts del mar, y con una sola tecla prendes la luz, el ventilador y la tv.
Después de bañarme un rato en el océano cual niño que nunca vio el mar me quedé en el atardecer muy suavemente se fue tornando de un color naranja mientras el sol tomaba forma de galleta hundiéndose lentamente en el cual si fuera una gran taza de té teñida por esa tarde perfecta.
Por la noche, las pocas luces del lugar se van apagando como velas que se consumen al son de música salsa, hasta dejar que solo se oiga el sonido del verdadero amo del lugar, el océano que rompiendo sus olas a metros de mi habitación recuerda su omnipresencia ecléctica en la noche oscura.
No hay actividad nocturna en Jambelí después de cierta hora mas que ver y oír el susurro crónico del mar hasta que el sueño venza al viajero y se entregue a los brazos de Morfeo.
Por la mañana solo tuve que bajar los escalones que me separaban de la playa para desayunar en el puesto de willy que me preparó un batido de leche con piñas, mangos o papayas escogidas por mí. El resto de la tarde fue más sol y más playa en ese pequeño paraíso oculto muy frecuentado por el turismo interno pero al que pocos extranjeros arriban.
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